Me sonrió y me dijo: "yo también tengo nombre de flor, me llamo Margarita".
Le sonreí yo también y sólo alcancé a decir: "bueno, juntas somos el jardín de las siete de la mañana".
Pero su sonrisa me hizo pensar en la Tía Tecla. La tía Tecla era nuestra profesora de mecanografía en la secundaria. Tenía una sonrisa muy bonita y una disciplina demoledora. Yo le tenía miedo. Era demasiado exigente para mi gusto.
Tenía un delirio por la perfección y consideraba que debía ser una cualidad personal de todos los seres humanos. Quería que todos aprendiéramos a escribir rápido y bien. Ahora se lo agradezco. Hace ya mucho tiempo que se lo agradezco. Sin embargo, mientras fui su alumna le guardaba cierto rencor desde el día que mi compañera de al lado se orinó en clase por la tensión que ella provocaba. Logró que Mari se sintiera humillada y esa es una de las cosas que no puedo perdonar. Nadie tiene derecho a humillar a otra persona.
Aún con sus exigencias, la tensión que provocaba en clase, la incapacidad para tolerar los errores de los demás, era una buena persona, con una linda sonrisa.
Dentro de mis profesoras, ha habido gente con lindas cualidades: Me acuerdo de Vicky, profesora de estudios sociales que era como una mamá. Era capaz de percibir los problemas en los ojos de los adolescentes que éramos y buscaba el tiempo para escarbar un ratito el asunto y determinar si era grave o no, si había que intervenir y cuál era la mejor manera de hacerlo. Era discreta y cariñosa.
Marielos en cambio, tenía un bozarrón de tormenta y nos incitaba a hacer análisis literarios sin mucha guía, pero con un enorme deseo de hacernos pensar, discutir, elaborar argumentos.
Su cigarrillo inseparable y sus pasos fuertes y seguros, me guiaron en el descubrimiento de autores diversos: Donoso, García Márquez, Guillén, Machado. Más que leerlos , para ella había que pensarlos. Y hacerse una idea general de sus estilos, sus influencias, sus temas favoritos.
No fue tan fértil la influencia de mis profesoras de Inglés. Recuerdo a Angela y Ana, como dos buenas docentes, organizadas y dedicadas, pero que no marcaron mi vida. La marcó mucho más una profesora de inglés que tuvimos de paso -tan de paso que no recuerdo ni su nombre-, que hablaba su inglés con un acento centroamericano fuerte y espantoso. Era de origen muy humilde la profe. Y se convirtió en el blanco de burlas de mis compañeros de clase, de los cuales muchos hablaban inglés con bastante fluidez. Se reían de ella, la obligaban a expresarse en su inglés tosco para soltarle la carcajada en la cara. Un día la hicieron llorar y nunca más volvió. No supe qué fue de ella.
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