jueves, octubre 09, 2008

1. De pieles y cosas


Hoy fue mi primera sesión de radioterapia. Decididamente, lo más incómodo es saber que no te podés mover ni un pelito.  Eso me recuerda cuando jugábamos "un, dos, tres queso" y había que quedarse como una momia!! (No sé si en toda América latina se conoce ese juego, pero los ticos de mi generación lo recordarán sin duda).

Pensé entonces, que debía fugarme mentalmente.  Se me ocurrió que cada sesión de radio, será una maravillosa oportunidad para recordar a una persona o a un sitio en particular.  
Tendrán que leer entonces, a partir de hoy, 30 relatos.  

Y escogí de primero a mi papá.  No me pregunten porqué.  Solamente sé que es una de las personas que más extraño en este momento.

Los primeros recuerdos que tengo de mi papá tienen que ver con su regreso a casa.  Papi trabajaba mucho.  Lo sé porque su regreso siempre era muy importante.  Al menos, era muy importante para mami, y ella me ha enseñado casi todas las cosas importantes que sé.  
Una de esas era la importancia de la llegada de mi papá.  A las cinco de la tarde, hiciera calor o frío, lloviera o no, había que lavarse la cara, ponerse la sweter, peinarse, y esperar "porque ya viene su papá".  A veces,  su llegada interrumpía un genial juego de cuerda, una apasionada partida de dominó, una sesión de barbies -que siempre vivían en apartamento y fumaban como chimeneas-.

Papi llegaba siempre.  En una época, venía de lejos.  Había decidido dedicarse a la importación de autobuses.  La importación de aquellos primeros "bluebirds" significaba que se iba con algunos amigos a Estados Unidos, compraban los buses y se los traían por tierra, cada uno manejando un autobús en fila india, cruzando los desiertos de México y las carreteras de todo centroamérica, para llegar a casa, tres semanas después, cansados, barbudos y sucios, sin haber dormido ni comido lo suficiente.

Una de los privilegios de ser la menor de la casa, "la chiquitica", es que siempre terminaba en sus brazos, largo rato.  Todos los demás se lanzaban a saludarlo, y yo esperaba en un rincón... mi momento era después del de todos los demás... y era más largo, y más dulce.  Valía la pena esperar.

En otra época, cuando montó su propio negocio de repuestos para autos, esperábamos su llegada después de las horas de oficina...y cenábamos todos juntos.  Era tan importante mi papá que tenía lugar fijo en la cabecera de la mesa -todavía lo tiene-,  tenía derecho al mejor bistec, a mantel siempre limpio, y a la atención de mi mamá durante la cena, que escuchaba su voz fuerte mirándolo a los ojos...

Los viernes era diferente.  Papi salía con los amigos y venía oliendo a licor.  Su corazón se ponía más tierno entonces, ponía música de la Sonora Santanera, corría la mesa y las sillas y sacaba a mami a bailar en el espacio chiquito que quedaba.  También me alzaba y bailaba conmigo.  Y yo aprendí que los hombres que huelen a licor tienen el corazón suavecito.  Eso me puso en situaciones peligrosas en mi adolescencia.  Tocar a mi papá era muy importante para mi.  Yo acariciaba sus brazos con frecuencia, me acostaba  entre sus piernas a ver televisión y pasaba mi manita sobre la barba áspera de varios días.  Le debo a esa cercanía los más dulces recuerdos. De esa intimidad aprendí a lo que tiene que oler un hombre.  Un hombre tiene que oler a café y a tabaco cubano.  A colonia y a orden.  Un hombre tiene que mirarte a los ojos y sonreír.

Mi papá reflexiona en voz alta.  Y dice frases que tienen una importancia fundamental.  Me invitaba a ver cómo el sol se ponía la piyama y pasábamos juntos viendo el atardecer en la playa.
De él aprendí que en la vida "nunca pasa nada", que "el hombre más feliz del mundo no tiene camisa", que "todo hay que ponerlo en perspectiva".  Que si lo que te parece un problema, no lo será dentro de 20 años, no hay que dedicarle demasiada atención.  Que si el dinero  no alcanza, sólo hay dos maneras de enfrentarlo: o se reducen los gastos o se aumentan los ingresos.  Que el trabajo dignifica;  que hay que hacer todo "despacio y con buena letra", que si un hombre te hace sufrir no es el único que existe en esta tierra.  Que el tiempo es oro, que las cosas tienen su lugar, que hay que disfrutar de lo que se tiene y compartirlo. Que una reunión familiar es una ceremonia que merece los mejores discursos, que los chistes y sobremesas en familia son una hermosa oportunidad, que los rituales tienen una razón de ser para quien los inventa.

También me enseñó que todas las cosas tienen un significado: exactamente ése que queramos darle.  Y mi papá siempre ha estado rodeado de cosas: antiguedades, relojes, radios, instrumentos musicales, piezas de automovil, automóviles, monedas de todos los países, revistas, libros, candelas,  adornos de porcelana, de cerámica, de madera, de hueso, imágenes de santos, de vírgenes, de dioses orientales y occidentales, de fotografías, de cuadros, de cajas de madera, de cartón o de metal, conteniendo piedras o palos, semillas u hojas de árboles, nidos o flores secas, botones, pastillas o chocolates.    De él heredé seguramente mi irresistible atracción por los baúles, o las cajas tupper ware.   Y así como se rodea de cosas, está también dispuesto a regalarlas.  Generalmente, se inventa una solemne e íntima ceremonia íntima con el privilegiado que recibirá de sus manos, ya sea una moneda o un confite.  El te lo regala y sonríe.  Y así ha sido desde que recuerdo.

¡Cómo quisiera estar con él en este momento, tomados de la mano!!  ¡Cómo quisiera  estar a su lado y que me diera ahora la certeza de que "nunca pasa nada" !!.

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