domingo, febrero 06, 2005

Seguimos desenraizando

Seguimos desenraizando. Guardamos las cosas en cajas y los sentimientos hechos un puño en el corazón. Eduardo se irá pronto, y ya empieza su cerebro a funcionar como una calculadora. Me parece que es un síntoma de todos los que han vivido el exilio, y queda como una cicatriz. Le aterroriza la idea de que la pasemos mal a nuestra llegada y ha asumido la bandera (sin que nadie se la diera) de cuidarnos a todos de los problemas que pudiésemos tener al llegar “allá”. Aunque me preocupa su actitud, también se la agradezco. El es –de todos los que nos vamos- el único que sabe. Conoce el “allá”, sabe lo que se siente dejar el terruño, sabe lo que implica ser inmigrante.
Nos miramos a los ojos sin decirnos nada, sólo para comprobar cuánto nos extrañaremos los meses que estaremos separados. Si “estamos hechos una piña”, acostumbramos hacerlo todo juntos… y nos encanta.

No deja de hacernos advertencias, que yo silencio con un beso: nada de lo que nos diga nos permitirá aprender más de lo que aprenderemos por nosotras mismas. Más que alarma, lo que necesitamos es ilusión: sin eso no se puede hacer la partida como Dios manda.
Mi papá –ancianito ya- me ha autorizado la partida, después de meses de negarse a ello. No es que necesite su permiso, pero él se arroga el derecho de dármelo. Su principal razón para negarse fue: “uno debe estar contento como Dios lo tiene”. Y sostuvo su argumento, hasta convencerlo de que el mismísimo Dios era el que nos empujaba para afuera. Ayer, al teléfono, me dijo que podía meter las cajas en el cuarto del fondo de su casa, que ya nadie utiliza.
Son curiosos los hombres. Eduardo, mi papá, mis dos hermanos: toman sus tareas de cuidarnos, de protegernos, de guiarnos. No lo digo con rencor, solo con la curiosidad que permite reconocer una vez más cuán patriarcal es esta cultura latinoamericana nuestra.

No hay comentarios.: