domingo, junio 19, 2005

Pedirle peras al olmo

Desde que tengo uso de razón siempre le he pedido peras al olmo. Y el dichoso olmo siempre me las ha dado. Es un asunto de fe. Y la fe –según dicen algunos- es un don. Hay que desear mucho, mucho, las tales peras y hacer una fuerza mental impresionante para que aparezcan. Pero al fin y al cabo, más tarde o más temprano, la pera aparece. Y a veces son cosechas abundantes.

También hay que saber pedir las peras. No se puede pedir una pera en particular: -“la quiero rosadita, sin semillas y bien madura”. Eso no está bien. Hay que permitirle al olmo darnos la pera que le pueda salir, al fin y al cabo esa no es su vocación.

Por eso es mejor, tímidamente decirle al olmo: “mira chico, tengo hambre, hazme uno de tus milagritos”. Y guiñarle un ojo. Nuestro olmo sabrá reaccionar –puede ser que nos haga esperar un poquito, al fin y al cabo tiene su orgullo- pero aparecerá lo que necesitamos.

Siempre es así. Así es la fe.

Y no puede explicarse.

1 comentario:

Álvaro dijo...

Hola, llego en contestación a tu comentario en mi blog. Me gusta tu entrada. En realidad, yo también a veces hago ese acto de fe... o simplemente de confianza, si verdaderamente necesito una pera y sólo tengo un olmo a mano. A lo que me refería yo cuando decía "No quiera el olmo dar peras" y hablaba del árbol y el pájaro era más bien a uno mismo, que tiene que aceptar ser quien es y si es capaz de volar no añorar las raíces del árbol (y al contrario).

Gracias por tu visita.